Aquella noche de verano,La luz de la luna era una sábana traslúcida que se expandía por la ciudad a la hora de las luciérnagas.Anibal Araya, acostado de espaldas sobre el suelo de la terraza de su casa, en la callle Carabelas 2228, observaba la inmensidad de la noche y la red de estrellas en el manto estelar.Trataba de descifrar el número descisivo, la suerte premeditada, el momento propicio del suceso, y algunas predicciones más, en el mapa de las constelaciones, que antaño, oscuros nigromantes interpretaron con esotérica probidad.
Pero la abstracción del tiempo en meditaciones paganas se quebró ante algo oscuro que se movía en el cielo taciturno : se trataba de una bruja atravezando el aire montada en su escoba.Un terror indecible se apoderó de Anibal devolviéndolo a la realidad de manera violenta.La bruja, desde lo alto de la escena descubrió a aquel único hombre tumbado en el techo de una casa, que la había descubierto en su vuelo secreto, y bajó directamente a gran velocidad para encontrarse con el desafortunado testigo ocular. Anibal, por supuesto de un salto corrió escaleras abajo, para refugiarse en su casa, muerto de miedo. Una vez adentro cerró puertas y ventanas, y se escondió detrás de su viejo sillón, sosteniendo un cuchillo de cocina desafilado con la mano derecha.
cuatro fuertes golpes sonaron en su puerta de madera, y sus piernas comenzaron a temblar incontrolablemente.
( Alguien le contó alguna vez que si tocan cuatro veces la puerta a medianoche, que por todos los santos: no abra de ninguna manera ! solo los malos espiritus tocan cuatro veces.).Luego de los golpes hubo un breve silencio, y entonces el picaporte de la puerta comenzó a violentarse, hasta que de un empellón la puerta se abrió de par en par: Anibal, todavía agazapado, vió aterrado la silueta de la bruja que proyectaba su sombra contra la pared.
La bruja comenzó a caminar lentamente hacia el viejo sillón y el sonido de sus tacones en el piso de madera, rechinaban con un insoportable ruido que dañaban los oídos de Anibal.La sombra de la bruja crecía y crecía a medida que se acercaba a la guarida de Anibal, y los huesos de éste vibraban de súbito escalofrío. De repente tenía los zapatos puntigudos de la bruja enfrente suyo.Anibal alzó la mirada y sin perder el miedo aterrador, reconoció a la bruja: era Doña María Sorcacios, su vecina !.Fué entonces que Doña María Sorcacios - sin dejar de ser una bruja ejemplar- tomó de la cabellera de anibal con sus lívidas manos, y lo levantó de un tirón, como se arranca un vegetal de la tierra.
-"Qué haré contigo- se mofó la bruja- soy tu vecina y me has descubierto! "
-"Juro que no le diré a nadie"-dijo Anibal tratando de dominar su lengua que luchaba para articular las palabras por entre medio de sus dientes que no dejaban de castañear-
-"Si.si...tu jurás. pero yo no confío en nadie ni soy indulgente: ya me ves, soy una bruja. Ya no estamos en la infame época de la inquisición, pero si los vecinos se enteran que soy hechicera tendré que mudarme del barrio...y ya estoy harta de cambiarme de casa debido a incidentes como éste."
-" Disculpe, Doña María...yo...no tenía intenciónes de ..." musitó Anibal
-"-Callate!."-interrumpió la bruja , y el resplandor del cuchillo que anibal sujetaba fuertemente en sus manos, la encegueció por un instante. Esto la irritó y con ambas manos tomó a Anibal de su delgado cuello y lo suspendió en el aire con una fuerza sobrenatural.Sentenció la bruja:
-" Me jodiste la noche, pibe. O sos vos o soy yo ."////////////////////
A la madrugada del dia siguiente los vecinos estaban agolpados en la cuadra de la calle Carabelas al 2000, dos patrullas y una ambulancia franqueaban la casa de Anibal, y azorados vieron cuando lo sacaron de su casa en camisa de fuerza.El chusmerío del barrio tuvo argumentos de sobra para escribir un voluminoso libro sobre la mayor desgracia que ocurrió en el barrio de Avellaneda en tantos años. Anibal, por su parte, desde aquél fatídico dia jamás volvió a hablar.-como si un hechizo maldito le hubiera petrificado la lengua- y por éste motivo fué que se murió demente y solitario en el hospital de salud mental, llevándose a la tumba la verdadera razón que lo había llevado aquella trágica noche de verano, a apuñalar sin compasión, a su pobre vecina María Sorcacios.
Sergio Velardez
Noo camarada, que cuento tan envolvente, de verdad me gustó bastante, pensé que lo iban a sacar por la puerta con los pies hacia adelante, pero no, final inesperado.
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